sábado

Mi piano un poco soy yo y yo soy un poco de él.

Era una tarde lluviosa de Mayo y el frío la hacía temblar como nunca. Donde lo único que podía hacer era quedarse en casa, decidió reposar en la jungla de sabanas acogedoras que la reparaban de aquel tiempo helado. Era el momento justo para pensar en nuevas composición o imágenes para pintar. Cerró sus ojos por un momento, dejando al azar la conexión de sus neuronas, para que su imaginación tomara las riendas de sus pensamientos.
Tras una oscuridad momentánea se vio nuevamente sentada frente al piano con muchos espectadores a su derecha esperando oírla. Al verse en esa situación puso sus dedos sobre el teclado y se dejo llevar. En el magistral piano negro derramó su alma en cada nota, que al salir se cristalizó en pequeñas llamas. Cuando finalizó los aplausos inundaban el salón, entonces agacho su cabeza en forma de reverencia y el sonido cambio al aplauso de una persona, levanto la vista para ver quien era. Allí estaba su madre, con una reconfortante sonrisa en su rostro. Pero ya no estaba en el salón, miro hacia los lados y se vio a si misma en su cuarto donde siempre repasaba los temas que tocaría con su banda.
Su madre le dijo: “¡Vamos!, ya casi es la hora de que te encuentres con los chicos”. Ella simplemente asintió con la cabeza y una sonrisa, que escondía un total desconcierto.
Mirando por la ventanilla del ómnibus descubrió cosas que ya había olvidado, pasaron por el almacén de la vieja Carmen, que según recordaba, hacia un año que lo habían cerrado y vendido. Pero allí estaba ella en la puerta, charlando con sus clientas. No entendía que pasaba, se asusto y se aferro fuertemente a su teclado.
Para cuando se había calmado ya se encontraban en el teatro, Mariano y Julián la esperaban en la entrada. Al cabo de unos minutos se encontraban en el escenario a punto de tocar. Paso el primer tema y el sonido se desvanecía, miro sus manos, y no entendía por qué todo se había quedado en silencio. De repente una voz de fondo. No sabía de donde provenía. Las teclas descendían solas, la oscuridad la iba rodeando, sus pensamientos se llenaban de imágenes. Se sintió impulsada a gritar, y lo hizo: “PUM”, y estrelló su brocha contra el blanco papel. Miro atentamente el dibujo, y era uno de los primeros en acrílico que recordaba haber hecho. Quiso seguirlo, pero cada vez que intentaba pintar, lo único que hacia era borrar a cada pincelada lo que estaba impregnado en el papel; y el rostro de aquel dibujo solo derramaba lagrimas. Estaba perdida, en su mente sentía haber olvidado cosas.
Decidió dormir pensando que al despertar todo sería mas claro, cada ves estaba más confundida pero el cansancio la vencía, sus parpados cayeron por efecto de la gravedad y descansó sin saber cuanto tiempo había transcurrido desde los aplausos. Al día siguiente una pequeña alarma la despertó sorpresivamente, su madre la advirtió que debía dirigirse a la escuela de Bellas Artes a inscribirse.
Fue un viaje tranquilo en el colectivo que solía tomar cuando iba al colegio. Bajó del mismo, y se dio cuenta de que se había equivocado o al menos eso parecía. Sus pies caminaban solos, la dirigían nuevamente a la escuela. Se miro en el reflejo de una ventana y noto que lo que tenia puesto era su antiguo uniforme. Un vez allí, vio caras que hace mucho no lo hacia, recorrió el patio y dedico su jornada a mirar su reloj, que no lo veía desde antes de recostarse aquella tarde. No podía entender, el reloj marchaba hacia atrás, otra vez la atrapaba la confusión. Termino su jornada y era momento de volver a casa, ya había oscurecido, su madre la esperaba con un rico desayuno. En el camino de regreso su mente se sentía mas liviana, como si todo tomara una gran simpleza, y antiguas inquietudes retornaran.
Se recostó nuevamente, para al día anterior levantarse y sentirse más fuerte que nunca, como si hubiese rejuvenecido.
Ya en el comedor, divisó su piano, tal como hacia siempre, y notó algo diferente, sentía como si fuera la primera vez que lo veía allí, mas reluciente que nunca, y una gran emoción le llenó el alma. El sol y la luna se pusieron tantas veces, que había perdido la cuenta, aun así no se sentía más vieja ni tampoco mucho más joven, solo se sentía más liviana, pero con un importante sueño que cumplir.
Se dirigió al conservatorio, en compañía de su madre, y al llegar allí sintió que había olvidado cosas, que era pequeñísima frente a todas esas personas.
Al acercarse a un escritorio una señora le preguntó: “¿Y que te gustaría ser? “, ella respondió: “Tocar el piano y ser la mejor concertista”, con una gran sonrisa adornando su rostro. En ese momento su espíritu se sintió atraído por la música, estaba llena de curiosidades, miraba con los ojos mas abiertos que nunca, sus oídos se volvían más sensibles, sus manos sentían más que nunca el marfil del piano y la suavidad de cada tecla, pero más importante aún su corazón estaba abierto de par en par, no para recibir amor sino para darlo en cada nota.